A mi derecha, a mi izquierda, arriba, abajo, manos, todo era manos, pero es que allá, a lo lejos, también se movían cientos, miles de manos.
Manos que sonaban, manos que hablaban, manos que reían, manos que sufrían, manos que animaban, manos que reconfortaban; manos, sonidos de manos que unían a personas que llevaban tiempos ignorándose, sin darse cuenta de que estaban allí, cerca, enfrente, arriba, abajo, a izquierda, a derecha.
Nadie hablaba, solo aplaudían y aplaudían con sus manos, con esas manos con las que nos agarramos, a veces a un clavo rusiente, esos sonidos, hacían que gentes que se estaban dejando parte de su salud e incluso en algún caso su vida, se agarraran a la esperanza, a todos los que en la lejanía de nuestros hogares les animábamos y les decíamos que estábamos con ellos, que agradecíamos su esfuerzo y su sacrificio.
También vimos manos enguantadas, manos que curaban, manos que trabajaban para que sus semejantes tuvieran la oportunidad de vivir, la oportunidad de vencer a una enfermedad que segó la vida de miles de personas en todo el mundo y que ahí sigue, mientras muchas manos luchan y luchan contra ella.
Me viene a la memoria aquellos versos, de aquella canción, de aquella construcción de una muralla para la que se necesitaban todas las manos. Una muralla de manos que no dejen pasar nada de lo malo que hay en este mundo. Una muralla de manos que haga a las personas más solidarias, pues en esa muralla no debe fallar ni una sola mano.
Una muralla desde cuya cima se vea un precioso horizonte, sin fronteras, como cada uno lo soñó o lo imaginó. Han sido unos días duros, pero de muchas manos tendidas hacia sus semejantes, esperemos que esos aplausos y esas manos tendidas no se olviden, pues los humanos tenemos la memoria muy corta a veces. 30 31 Esperemos que muchos hayamos aprendido la hermosa y dura lección que esta enfermedad nos está dejando. Y como dijo Leo Delibes:
Dame tu mano... ¿Ves? Ahora todo pesa la mitad.
Pascual Ferrer Mirasol
Zaragoza, España